Un día por la mañana, en nuestras clases, pica alguien a la puerta. Es Manu. Viene con unos papeles en la mano y comienza a repartirlos a los que vamos a convivencias. Convivencias. Esos viernes en los que por la tarde volvemos a ir al colegio, algunos con resignación (sólo para poder ir al campamento), para hacer alguna actividad o algún juego que según los monitores nos unen, pero que la mayoría de las veces son cosas que a las vergonzosas no nos gustan demasiado. Ese papel que nos entregan es el papel del campamento, el ansiado campamento, y que nada más llegar a casa se lo enseñamos a nuestros padres y les pedimos el dinero para darlo al día siguiente, no vaya a ser que no queden más plazas.
El día. Por la noche preparamos la maleta, casi siempre demasiado llena. Bikinis, pantalones cortos, camisetas, chanclas, toalla, saco de dormir…y lo más importante: ¡“matabichos”! Esto es esencial si no queremos que nos coman por la noche…
El día. Llegamos al colegio, nuestros padres cargan con nuestras maletas, la esterilla, el saco de dormir… mientras intentan no perdernos entre la gente mientras nosotros buscamos a nuestros amigos. Si tienes la mala suerte de estar cerca de un profesor en el momento inadecuado, tendrás que fastidiarte y ayudar a cargar cajas de galletas, cola-cao, las tiendas…y meterlas en el maletero de los buses.
Nos despedimos de nuestros padres, que estarán felices por tener una semana de tranquilidad. Nos dicen que les llamemos algún día y que tengamos cuidado… Subimos al bus. Comienza el viaje; destino: Valdevimbre. Nuestro querido Valdevimbre; un pequeño pueblecito, con unas bodegas abandonadas que serán las protagonistas de una noche muy esperada; una piscina abarrotada esas dos horas por la mañana y por la tarde; y poco más…pero para nosotros es más que suficiente!
Llegamos al campamento, bajamos las maletas. ¡A montar las tiendas! Esa media hora buscando un martillo libre para clavar los tacos en el suelo. Cuando después de haber pasado mucho calor y que se nos halla caído alguna vez, conseguimos montarla. Metemos nuestras maletas. Qué ordenada está la tienda al princio…
Cuelgan los grupos de oficio. Esos grupos, que se encargarán de mantener algo limpio nuestro campamento. Cada día nos tocará una cosa: exteriores, baños, poner la mesa, fregar…
Nuestra piscina. Tomar el sol, darse un chapuzón, comer unas patatucas…¡qué bien lo pasamos!
La ansiada merienda. Después de nuestra comida de Cook, una tarde alguien grita: ¡hoy hay de merendar chocolate! Corremos desde la piscina para que con un poco de suerte podamos coger dos cachos. Lo disfrutamos, despacio, saboreándolo. Qué rico está el chocolate cuando hace tiempo que no tomas algo tan rico.
¡Llega el camión de Cook! Ese camión que llega con nuestra comida. La odiada comida que no le gusta a nadie, y que por no comerla ya ha ocasionado algún que otro desmayo…y que hace que nada más llegar a la piscina esté el “quiosquín” repleto de gente comprando patatas, regalices y bollicaos.
Esos ratos después de venir de la piscina esperando en el baño a que una ducha quede libre y deseando que aún no se haya acabado el agua caliente. Esas duchas en las que nos metemos tres o cuatro y que no nos revolvemos...
Esas actividades en grupos. Algunas veces reflexionando, otras charlando, otras jugando…
Esas oraciones por la noche.
Esos profesores tan majos en el campamento.
Ese domingo en el que andamos hasta el pueblo para llegar a la Iglesia y ver (de pie) la misa.
Ese camión de "Desatascos Zapico" que todos los años nos tiene que visitar unas cuantas veces, ya que las tuberías son demasiado...pequeñas.
Ese despertador por las mañanas, que se llama Manu y que empieza a gritar por el micrófono “¡Todos a desayunar! ¡Levantaros ya!”
Esa gincana por el pueblo en la que competimos los grupos de oficio durante toda la mañana haciendo las pruebas e intentando hacerlo lo más rápido posible y ¡ganar!
Esa caminata agotadora de kilómetros bajo el sol, que el año pasado conseguimos que nos acortaran.
Esas partidas de cartas en el tiempo libre. Esos juegos a los que jugamos en el campamento tantas veces y que al año siguiente nos tienen que recordar porque los hemos olvidado. Esos “culos”, “mentirosos”, “burros”…
Esa noche del terror que los profesores nos llevan diciendo toda la semana que ese año no va a haber. Esa noche que los de 1º de Bachiller llevan preparando todo el curso para ¡conseguir asustarnos! Ese recorrido por el pueblo en la oscuridad y con alguna que otra moto del pueblo que intenta asustarnos, y algún borracho… Esas bodegas abandonadas por las que nos meten y nos asustan.
Ese álbum de cromos que rellenamos con fotos de todos los del campamento y que tenemos que ir averiguando como se llaman los que no conocemos.
Ese cancionero. Ese ratín antes de cenar que nos lo dan y que cantamos canciones. Nos encanta. Ese cancionero que el último día nos llenan de dedicatorias y firmas.
Esas comidas en las que todos estamos apretados en esos largos bancos porque no entramos.
El último día. Esa noche es especial. A los primerizos que nunca habían ido al campamento les entregan el pañuelo. Ese pañuelo que todos guardamos con cariño. ¡Nos dan de cenar cosas ricas! Tortilla, empanadillas, pollo… nos ponemos moraos, y después… ¡FIESTA! Nos ponen música. Bailamos, cantamos, reímos, hablamos… La noche termina y llegamos a la oración. La oración más especial. La última. Nos acostamos, mañana nos espera un largo viaje.
Última mañana. La menos deseada. Desmontamos las tiendas. Subimos al bus y decimos adiós a Valdevimbre. ¡Hasta el año que viene!
Laura.
2 comentarios:
me encanta,¡Lau!
Me encanto Laura! Vaya como lo describiste,te lo curraste mucho.Pero te falto contar las noches matando bichos, riendo, y esas cosas que tu sabes..¡Ah!..y la esperanza de ir a la ducha y que este el agua caliente, cosa que nunca se da.
Me da mucha rabia no ir este año. ¡Pasarlo bien!
Alejandra.
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